martes, 9 de febrero de 2016

“No es suficiente la degollación de todos los ricos”

Titiriteros que desvelan el esperpento de España


Encuentro necesario, aunque mi interpretación de este suceso no tenga repercusión alguna, pronunciarme sobre los acontecimientos que se han producido en referencia a los dos titiriteros que realizaban su actuación en el Carnaval de Madrid. Los dos actores que representaban la obra La bruja y don Cristóbal han sido detenidos por este espectáculo y se encuentran bajo prisión sin fianza con la posibilidad de enfrentarse a una pena de cuatro años y medio de cárcel. El juez de la Audiencia Nacional Ismael Moreno es quién ha acordado la imputación por un delito de enaltecimiento del terrorismo y exaltación de la violencia; delitos que atentan contra derechos fundamentales y libertades públicas garantizadas por la constitución. Aquellos que estén interesados en encontrar más información ─no es mi objetivo aquí mostrar todo lo sucedido─ la encontrarán en cualquier medio de comunicación por el extenso y asombroso linchamiento que se está produciendo sobre estos dos titiriteros.

Es muy posible que la obra que representó la banda “Títeres desde abajo” no fuera la más adecuada para ser expuesta ante un grupo de niños, pero una cuestión es discutir sobre un error de programación en cuanto a las actividades culturales y otra sobre una supuesta apología del terrorismo. El encarcelar a dos titiriteros por una obra representada implica la total incomprensión de las mecánicas teatrales que se utilizan en este tipo de funciones. Los títeres ─podemos hablar también del clásico “Punch y Judy” británico dónde el protagonista aporrea constantemente a miembros de los cuerpos de seguridad─ en ningún caso tienen por objetivo moralizar a la sociedad, y menos aún hacer gala de un comportamiento ejemplar, sino más bien todo lo contrario, este teatro analiza el momento socio-político y lo explica de manera burlesca y satírica, ofreciendo una mirada crítica sobre el contexto en el que se centra la obra. Incluso en la época griega clásica se comprendía el papel que jugaba la Antigua Comedia en señalar con nombres propios ─y en ocasiones graves insultos─ las actitudes perniciosas para la sociedad de todos los personajes públicos. En la escena de títeres se representaba, además, algo que desgraciadamente hemos visto en reiteradas ocasiones en nuestra sociedad. La razón de ser del cartel donde aparece la frase “Gora Alka-Eta” ─alusión satírica uniendo los términos de Al-Qaeda y ETA; y razón principal de la acusación─ responde a la voluntad del personaje del policía de vincular a un manifestante con el terrorismo; mediante este gesto la banda critica el abuso de poder que supone el intento de deslegitimar los movimientos sociales vinculándolos con organizaciones terroristas, algo que ya David Fernández desarrolla en sus artículos recogidos en Cròniques del 6 y altres retalls de la clavaguera policial.

Se nos vuelve a plantear ─parecía ya superado─ el problema de la autonomía del arte ante el poder. No es necesario escudriñar demasiado nuestra memoria para recordar una fecha emblemática, 1857, cuando se juzga y absuelve a Flaubert por escribir Madame Bobary, primera toma de consciencia por parte de la sociedad de que las leyes artísticas no se rigen por las mismas lógicas que las morales y éticas. Volveremos a ver, sin embargo, como pocos años más tarde Baudelaire verá censurados 6 poemas de su poemario Las flores del mal. Siguiendo los argumentos esgrimidos por la acusación ─apología del terrorismo e incitación al odio─ censuraríamos en pleno siglo XXI a Miguel Hernández por sus descarnados versos, a Quevedo con sus poemas mordaces y ácidos, y, sin duda alguna, a toda la tradición burlesca y satírica propia del teatro cercano a la farsa; como son los títeres. El caso que estamos viviendo nos muestra el total desconocimiento que existe en nuestro país de la lógica en la que se mueve el teatro. Una de las primeras enseñanzas que reciben los alumnos de primaria es que jamás un lector debe identificar el narrador de un texto o los personajes de una representación con la perspectiva del autor del texto u obra en cuestión. Sin ir más lejos, bajo el prisma que están demostrando ciertas autoridades, encarcelaríamos a Valle-Inclán y veríamos intolerable cuando en Luces de Bohemia Max Estrella afirma que “no es suficiente la degollación de todos los ricos. Siempre aparecerá un heredero, y aun cuando se suprima la herencia, no podrá evitarse que los despojados conspiren para recobrarla. Hay que hacer imposible el orden anterior, y eso sólo se consigue destruyendo la riqueza”. Sin embargo, éste no es únicamente un problema de falta de comprensión de las mecánicas interiores del arte y la tradición teatral, estamos ante un problema de sociedad. Una sociedad en que un actor como Juan Diego Botto, por comenzar su actuación en la gala de los Goya con la frase “buenas noches titiriteros”, está recibiendo insultos y amenazas de muerte por Twitter, no es una sociedad democrática de base. Esperemos que la justicia actúe con estas amenazas con la misma celeridad con la que ha encarcelado, sin fianza alguna, a los dos titiriteros.

En el 2004 España sufrió un ataque terrorista que acabó con 192 muertos por ser parte del contingente militar en Irak; cuestión que acabó sin responsabilidades políticas. En 2006 volvió a ocurrir una nueva desgracia en el metro de Valencia que terminó con la vida de 43 personas, aunque sin responsabilidades políticas. De nuevo, en el 2012, 5 chicas murieron por culpa de la mala organización de la fiesta del Madrid Arena; tragedia que no tuvo ninguna repercusión en el gobierno de Esperanza Aguirre. No obstante, el Partido Popular –y, recordemos, la Audiencia Nacional, para muchos una entidad que aún guarda reminiscencias directas del franquismo- no ha tardado en reclamar responsabilidades políticas y el cese de la concejala encargada en última instancia de lo sucedido. Los dos titiriteros han pagado por una lucha que no es la suya; las elecciones pasadas pesan mucho y se está intentando atacar ininterrumpidamente y de forma deleznable a un ayuntamiento que está cumpliendo los plazos del pago de la deuda ─hasta el momento─ y aumentando a su vez el gasto social, algo que los medios están silenciando. Unos medios ─e incluso algunos partidos políticos─ que han alcanzado a publicar artículos en los que se argumenta que círculos como la PAH ─Plataforma de Afectados por la Hipoteca─, el partido Podemos o el actor Alberto San Juán ─apareció en titulares del ABC como “el actor borroka”─ están vinculados a organizaciones terroristas; algo que también podría considerarse como incitación al odio, y nadie ha asumido la responsabilidad de esas acusaciones.

Ya son muchos los perseguidos por los tribunales por decir aquello que algunos no quieren escuchar. Sin ir más lejos, recuerdo el caso del rapero Pablo Hasel, controvertido por sus letras reivindicativas y en muchos casos violentas, que fue condenado a dos años de prisión en 2014; o el caso de otro cantante, César Strawberry ─Def Con Dos─ que a día de hoy todavía no conoce cuál será su futuro. Mientras tanto, vemos como colectivos derechistas amenazan de muerte impunemente a un periodista como Jordi Borràs, e incluso a toda la sociedad catalana, por la exclusiva razón de vislumbrar la posibilidad de una Catalunya independiente. Pese a todas estas calamidades, el acontecimiento tampoco debe sorprendernos. El arte ha librado a lo largo de los siglos una dura batalla contra las preceptivas estilísticas y la opresión sistemática ejercida por el poder político. El arte ha servido tradicionalmente, y el teatro tiene en este aspecto una posición privilegiada, como una herramienta de crítica, un artificio capaz de exponernos incluso ante aquello que no queremos ver ni oír. No deja de ser sorprendente que este país se permita el lujo de actuar con tanta diligencia y con la férrea mano de la ley contra un grupo de titiriteros y, por otro lado, que la misma mano legisladora tan solo acaricie ─levemente, y tras largos meses de retraso─ a la gran cantidad de individuos que están siendo salpicados por las corruptelas y artimañas que se han llevado a cabo a lo largo de nuestra gloriosa democracia. “Aunque apenas sí nos dejen decir que somos quién somos”, y aunque a muchos incomode, el arte continuará teniendo esta vertiente ─entre muchas otras─ necesaria de denuncia y liberación.






miércoles, 2 de septiembre de 2015

Ensayo crítico sobre la obra de Charles Baudelaire

Los numerosos estudios desarrollados en torno a la figura de Charles Baudelaire han terminado por consensuar ―Walter Benjamin ocupa un papel fundamental en ese argumento― que la obra del poeta parisino supone, al menos en el ámbito artístico, la inauguración de lo que llamamos “modernismo estético”. Sin embargo, es necesario destacar que anteriormente en otros autores como Chateubriand en Memorias de ultratumba (1840) o Pushkin en Eugenio Oneguin (1833) ya circulaba el término “modernidad”.

Félix de Azúa, coincidiendo con Walter Benjamin, plantea la importancia de Baudelaire como el último objeto de la representación artística anterior a la perplejidad que hoy en día sufre el ser humano ante la falta de métodos para juzgar todo aquello relacionado con el arte. Esta perplejidad, según el análisis que Azúa lleva a cabo, se inicia alrededor del 1870 y es consecuencia del progresivo oscurecimiento del arte1, que oculta su significado y cambia la visión del filósofo; que pasa de cuestionarse qué es el arte a preguntarse: ¿es esto arte?2. Así pues, podemos considerar a Baudelaire como el último miembro de una tradición, pero a su vez también como el primero en inaugurar un cambio de paradigma artístico donde los esquemas del Romanticismo o del primer Realismo han quedado caducos. ¿Dónde queda la concepción de la belleza en Baudelaire? ¿Qué lugar ocupa el artista en su poética?3

Ya en “Al lector”, el primer poema de Las flores del Mal (1857), encontramos dos advertencias iniciales del cambio poético que significará la obra de Baudelaire. La voz lírica en el poema se pluraliza y se introduce en el lector, de manera que el discurso fluctúa entre el efecto de monólogo y la alusión directa; se produce una hibridación entre el “yo” poético y el lector en tanto que ambos son sujetos de la modernidad. A su vez, introduce el concepto de spleen o hastío como el peor mal que puede acechar al hombre. De este modo, vemos como la obra del “poeta de la modernidad” se centra en la lucha interna del hombre y oscila entre el dolor y la miseria de la condición humana; es decir el tedio, spleen o ennui. Para Walter Benjamin ─que utiliza un marco interpretativo esencialmente marxista─, en ese momento histórico, de gran multiplicidad de valores y aumento masivo en las industrias técnicas ─abanderadas por la ya sacralizada idea del progreso─, la disolución del “yo” lírico y el tedio en que se ve envuelto el artista moderno responden exclusivamente a causas sociales. Si para Azúa el artista inaugura el momento histórico4, para Benjamin, en cambio, el estilo del artista está determinado por su experiencia social. El filósofo alemán introduce la transformación urbana de Paris, que lleva a cabo Haussman por encargo de Napoleón III, como uno de los motivos principales de la obra de Baudelaire; la poética moderna inicial no será, pues, francesa, sino exclusivamente parisina. Desde esta mirada, la disolución del “yo” es consecuencia de la fusión del artista en la muchedumbre urbana; y el tedio aparece porque, por vez primera, el ocio cobra un lugar importante en la sociedad.

Es en este contexto, con la aparición de los grandes bulevares que hoy caracterizan la capital francesa, que se produce la apertura de los barrios más humildes de la ciudad y el sujeto urbano moderno se ve envuelto en las contradicciones que comporta el capitalismo. Si analizamos el poema en prosa “Los ojos de los pobres” desde el materialismo, se nos muestra la conversión de la ciudad en un gran mostrador de mercancías donde la base proletaria ya no será solamente explotada a nivel productivo, sino también a nivel consumista. Este hecho provocará la iluminación de la realidad oculta de la gran urbe, y será visible para toda la aristocracia parisina. Es por ello que, en este texto, la pareja que observa el bulevar amparada detrás del cristal del café se estremece ante la visión de la familia harapienta que los observa desde el exterior, perpleja ante los lujos del interior del establecimiento. Marshall Berman, filósofo marxista de la Escuela Crítica, sigue la estela de las reflexiones de Benjamin y se pregunta qué es lo que hace que ese encuentro sea tan característicamente moderno ─“¿Qué lo distingue de una multitud de escenas parisienses anteriores de amor y lucha de clases?”(Berman, 1991, 149)─; la diferencia la encontramos, según Berman, únicamente en el bulevar5. De esta manera Berman nos ayuda a completar la mirada que Benjamin ofrece sobre los cambios sociales que supuso la modernidad. Es el bulevar el que provoca la visión de la familia que tortura al narrador y, a su vez, es el bulevar el que provoca que el amor se vuelva mercancía ─los dos amantes son observados desde el exterior a través del cristal─, pierda su inocencia y pueda ser advertido como un privilegio de clase.

En sus estudios materialistas, tanto Berman como Benjamin politizan la obra con una finalidad social y se acercan al autor como consecuencia del momento histórico en el que se encuentra. En este caso, la belleza moderna se convierte en un constructo histórico y el autor toma una posición de denuncia social. Por ello, aquí argumentamos que si bien Baudelaire no podría existir sin su contexto, también es necesario tener en cuenta el diálogo que emprende con toda la tradición anterior para inaugurar una nueva noción del artista y de belleza. De esta manera, la Modernidad y Baudelaire se retroalimentan y crean significado el uno a partir del otro.

En Las flores del mal (1857), El pintor de la vida moderna (1863) y, más adelante, en Mi corazón al desnudo (1864), Baudelaire inaugura esta nueva concepción del artista ─de la cual se desprende su idea de la belleza─ que encontramos íntimamente relacionada con las figuras del flâneur, el dandi y el poeta. El artista debe ser aquel paseante ocioso ─flâneur─ capaz de “darse baños de multitud”6 y que encuentra el placer al elegir su domicilio en el número, en lo ondulante y en el movimiento. De esta manera, el artista se funde con el espacio para captar el instante efímero y transitorio. En el poema “A une pasante” encontramos precisamente un ejemplo de la belleza fugaz que el autor ofrece; no se nos muestra un posible amor que se escapa por culpa de la muchedumbre sino que es gracias a la multitud, solamente en ella, que este tipo de amor puede consumarse. En este poema vemos como, si el tiempo propio del arte clásico o romántico es la eternidad, Baudelaire responde a la tradición con una belleza que no tiene un soporte temporal en el pasado, presente o futuro: es el instante efímero (Azúa, 1991,156). Anula así el ideal artístico como esfera espiritual superior, y es precisamente en este aspecto donde realiza un gesto estético revolucionario, la modernidad poética de Baudelaire no se centra en la exploración de nuevas formas de representación, sino que supone una transformación en la relación misma del sujeto con el tiempo. La belleza de Baudelaire es, entonces, anti-clásica, ya que reclama una renovación constante; pues la vida cotidiana es un movimiento que obliga al artista a una ejecución rápida e inmediata. Esto no puede llevarnos a engaño y entender que la belleza instantánea que expresa Baudelaire sea irracional, sino todo lo contrario, ésta solamente puede surgir tras una intensa reflexión por parte del artista. Es en esta reflexión que las fronteras entre la filosofía, la crítica y arte se volverán difusas y dará lugar a una de las características de la Modernidad; el desafío constante de los límites.

El artista de Baudelaire, decíamos, se relaciona también con la figura del dandi como aquel individuo que está por encima de la moral y es capaz de representar lo irrepresentable; lo que encontramos por ejemplo, en los Paraísos artificiales (1860). Para ilustrar este aspecto del poeta, Roberto Calasso cita, en su obra La Folie de Baudelaire (2011), la valoración crítica que Charles A. Sainte-Beuve hizo sobre la obra del parisino, donde argumenta: “La folie de Baudelaire es un quiosco raro, muy decorado, muy atormentado, pero coqueto y misterioso, donde se lee a Poe, donde se recitan sonetos exquisitos, donde nos embriagamos con hachís par después reflexionar sobre ello, donde se toma opio y mil drogas abominables en tazas de porcelana muy fina” (Calasso, 2011, 321). Por otro lado, desde la visión de Benjamin, el dandi se ve reflejado en los textos como aquel individuo que se apropia de la alienación social7 y nos la muestra en poemas como “El vino de los traperos”. Sin embargo, la posición materialista no nos permite alcanzar el sentido de la dualidad que se establece entre el dandi ─un concepto que ha desarrollado más en su obra ensayística que poética─ y la imagen del poeta, que se representa como una voz afligida ─”Spleen LXXV”─ o como aquel que tropieza constantemente ─”El vino de los traperos”─. En el famoso poema “El albatros”, se expone al poeta como un individuo acosado por la sociedad, capaz de lograr la grandeza poética pero, a su vez, siempre ante el peligro de caer al abismo ¿No es en la multitud donde el artista encuentra el placer de elevar lo intrascendente? ¿A qué se debe esta visión conflictiva? La mirada de Jean Starobinski8 sobre el poeta desde una perspectiva psicoanalítica puede iluminar estas dudas. Según Starobinski, el poeta de Baudelaire se caracteriza por la condición bufonesca del hombre ─el bufón encarna al vértigo moral al que está sometido el artista. En su análisis sobre “El viejo saltimbanqui”, la figura del payaso representa el fracaso del poeta y su decadencia silenciosa. El fracaso del saltimbanqui/poeta adquiere una doble visión, si bien es cierto que el propio payaso se aleja solitario, esta resignación es fruto únicamente de la indiferencia de la multitud.

Así pues, a modo de conclusión, decimos que la figura del artista de Baudelaire trabaja mediante la asociación9 de dualidades. Frente a la multitud gozosa, donde el flâneur encuentra cobijo, hallamos a la muchedumbre que se arroga el poder de condenar al poeta. Del mismo modo, ante la figura del dandy ─el individuo con una moral propia, que se utiliza a sí mismo como signo, que se muestra, y en ese mostrarse se distingue de la masa─ vemos la imagen del poeta como un condenado a alejarse a rastras y que, pese a su estado degradado, continúa mostrándose al público en su moderno afán de prostitución; una condena que termina por ser peor que la muerte. Y es precisamente, por esta duplicidad en el sujeto poético, que la belleza efímera en el “modernismo estético” germina atormentada, extraña y torturada.



Germán García Martorell




Índice


1.- En esta línea de argumentación podríamos remontarnos a Hegel en su obra Lecciones sobre estética (1842), donde planteaba ya que el arte, a partir del siglo XVIII, exige para sí un mayor proceso de reflexión que es consecuencia de la pérdida de la representación de una visión del mundo compartida.

2.- Vilar, Gerard. El arte como pasado: Hegel y la primera crisis dentro de Desartización. Paradojas del arte sin fin, Ediciones Universidad Salamanca, Salamanca, 2010.

3.- Ya en el momento de introducir los propósitos de este trabajo veo necesario destacar la problemática del mismo, pues tenemos el propósito de responder a nuestros interrogantes y acercarnos al texto de manera crítica, siendo conscientes de que toda obra es irreductible a un sentido. No obstante, buscaremos establecer la mayor polifonía de fuentes posible con el fin de “engendrar” cierto sentido de la obra de Baudelaire.

4.- Félix de Azúa, en Baudelaire. El artista de la vida moderna (1991, 37) afirma: “Mientras otros inventaban la fotografía, Baudelaire inventaba la modernidad. A él le debemos la transformación semántica de la palabra y su acepción estética. Y si le debemos la palabra, con toda seguridad le debemos la cosa”.

5.- Es necesario, como apunte, destacar la diferencia en la concepción del bulevar entre Benjamin y Bermann. Bejamin al leer a Baudelaire parte de la perspectiva engelsiana y concibe a Hausman como un constructor estratega burgués que destruye los “pasajes” parisinos para convertirlos en grandes avenidas; en cambio, Berman se refiere a Haussman como un constructor de espacios públicos, lo reivindica como el creador de una “ciudad de paseantes”.

6.- Expresión recogida del texto “Muchedumbres” dentro de Le Spleen de París (1869).

7.- El concepto del dandi comporta en sí mismo un estilo de vida concreto, eleva su propia vida a un objeto estético. Para Benjamin, el dandi consiste en la idea de que el hombre cuanto más consciente sea de su carácter de mercancía en el nuevo mundo ─en tanto fuerza de trabajo─ menos se sentirá como tal. Marx afirma que el concepto de mercancía no explica una característica del objeto, sino su función dentro de un sistema, es decir, se elimina su singularidad; Baudelaire, mediante el juego alegórico, devuelve esa singularidad al objeto en su estética. El dandi, en este sentido, se relaciona con la mercadería para tener una experiencia diferente con la misma. Por otro lado, Azúa piensa que el dandi se desmarca de la masa mecanizada, “son artistas de sí mismos, asumen el nihilismo y lo devuelven a la masa nihilista inconsciente, y no hay necesidad de que este proceso tenga su causa en el mercado”.

8.- Starobinski, Jean. Retrato del artista como saltimbanqui. Madrid, Abada, 2007.

9.- Factor que podemos relacionar con la imagen simbolista del poeta como aquel que “descifra” mediante asociaciones un mundo desestructurado. Uno de los primeros poemas que Jean Moréas, en su manifiesto de 1886, reclamará como simbolista es “Correspondencias” de Baudelaire. Sin embargo, es necesario diferenciar ─aunque no son excluyentes una de la otra─ entre las correspondencias o analogías simbolistas, que adoptan el aspecto literario de figuras retóricas como la sinestesia, y las asociaciones que hemos nombrado, más enfocadas hacia la relación entre conceptos (Raymond, 1983).


Bibliografía


- Adorno. Theodor W. Crítica cultural y sociedad, Ediciones Ariel, Barcelona 1970.

- Azúa, Féliz de. Baudelaire y el artista de la vida moderna, Anagrama, Barcelona, 1999.

- Baudelaire, Charles. Las flores del mal, Planeta, Barcelona, 1984.

- Baudelaire, Charles, Le fleurs du mal, Librairie Générale Française, París, 1999.

- Baudelaire, Charles, Le spleen de París, Gallimard, 2006.

- Benjamin, Walter. Iluminaciones II, Taurus, Madrid, 1972.

- Berman, Marshall. Todo lo sólido se desvanece en el aire. Siglo XXI, Madrid, 1991.

- Calasso, Roberto. La Folie de Baudelaire, Anagrama, Madrid. 2011.

- Hegel, G.W.F., Lliçons sobre l’estètica (selecció), Edicions 62, Barcelona, 2001.

- Raymond, Marcel, De Baudelaire al surrealismo, F.E.C, Madrid, 1983.

- Starobinski, Jean. Retrato del artista como saltimbanqui, Madrid, Abada, 2007.

- Vilar, Gerard. Desartización. Paradojas del arte sin fin, Ediciones Universidad Salamanca, Salamanca, 2010.


lunes, 6 de octubre de 2014

Dignidad, conciencia y memoria

Profundizamos en la dimensión periodística de David Fernàndez, actual diputado de la CUP en el Parlamento de Cataluña, quien nos muestra su vertiente más crítica, aunque optimista respecto al futuro.


Es sencillo catalogar a David Fernàndez cómo un político más de la jauría que hoy integra el parlamento catalán; no obstante, estaríamos faltando al rigor informativo que él mismo defiende. David Fernàndez, si bien es conocido como diputado de la CUP (Candidatura d’Unitat Popular) en el Parlamento de Cataluña, siempre ha ejercido activamente la que ha sido una de sus principales vocaciones: el periodismo. Desde sus inicios profesionales buscó maneras de realizar un periodismo alternativo al tradicional —fácil es imaginarlo en la misma situación que ya denunciara Horacio Oliveira, personaje de la mítica Rayuela, novela de Julio Cortázar: “estoy harto de leer diarios que son el mismo diario”— y trabajó como colaborador y editor en el semanario Directa. En 2006, culminando una intensa investigación, publicó Cróniques del 6 i altres detalls de la clavaguera policial, obra que recopila una serie de artículos periodísticos narrados en un estilo literario ágil, casi vertiginoso, y dotados de una profunda capacidad crítica a través de la cual busca destapar los abusos de poder realizados por las fuerzas policiales del Estado contra miembros de diferentes movimientos sociales.

Fernàndez se ha convertido en un polémico personaje dentro de la vida política catalana, aunque muy pocos se han detenido a analizar su interesante faceta periodística. En él encontramos a un apasionado de las letras que lucha para que el periodismo se convierta en un espacio de reivindicación social “al servicio del ciudadano”, lejos de las líneas marcadas actualmente por los medios privados. A partir de su experiencia en el campo de la comunicación, David Fernàndez dictó una conferencia en el aula 501 del Campus Cataluña de la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona, en la que intentó resolver la difícil cuestión de cómo realizar un periodismo con conciencia social y política. Así da comienzo a su exposición y enumera cuatro valores fundamentales para el periodista: “¿Cómo hacer periodismo comprometido social y políticamente? Con vocación, método, rigor y armamento cultural. Porque sin conciencia no somos nada ni nadie, y el periodismo estará vendido”. Consciente de que ejercer la profesión de periodista lleva consigo una elevada responsabilidad social —“el periodista, con cada palabra, opta por la solidaridad o por la ley mordaza”— expresa que desde el semanario la Directa no se escoge la agenda mediática según criterios como el principio de actualidad noticiosa o lo que, en un momento dado, pueda ser primicia informativa, sino que se busca informar de aquello sobre lo que no se habla o, intencionadamente, los medios convencionales silencian, es decir: ser altavoz de quienes no tienen forma de manifestar su opinión. Por este motivo a los periodistas de Directa no les gusta utilizar el término prensa alternativa, sino que se identifican como prensa complementaria para explicar los vacíos del actual sistema mediático.

David Fernàndez reflexionó también sobre uno de los temas más conflictivos del periodismo actual: “¿Existe la objetividad?” Fernàndez, con la calma y seguridad que le otorgan los años de experiencia, afirma que él siempre ha intentado ejercer un periodismo diferente, bajando la objetividad del pedestal que hoy en día ocupa y sustituyéndola por el rigor informativo, primordial carencia del periodismo actual. Según Fernàndez, esta imposibilidad de ser objetivo, por parte del ser humano, se ve reflejada, sobre todo, en la media y corta distancia; y añade: “yo no soy objetivo, pero sí soy riguroso”. Porque se trata de la eterna nostalgia de una objetividad que nunca existió y que termina perjudicando al periodismo en los miles de debates sin sentido que podemos escuchar, leer u observar a diario. Una polémica carente de significación que provoca la pérdida de otros valores periodísticos más importantes –como pueden ser el análisis crítico, la capacidad de contextualizar o el contraste de fuentes–  y que nos conduce a una dinámica negativa en la que “los medios solo repiten lo que dicen los órganos de poder”, sostiene el político. Es en esta tesitura, continúa Fernàndez, cuando “desde el periodismo es necesario llevar a cabo un ejercicio de investigación y búsqueda de la realidad, de lo contrario nos convertimos en simples herramientas de propaganda; y el periodismo es muchos más que eso”. Una visión crítica que comparte con el filósofo y lingüista Noam Chomsky, quien cataloga a los periodistas como “los relaciones públicas del sistema”. Existe, pues, desde la perspectiva del político catalán, una necesidad urgente de desenterrar el pensamiento crítico y la capacidad de análisis para no caer en la banalización del mundo en que vivimos, donde la cultura del entretenimiento prima por encima de todo y donde es difícil diferenciar lo que es publicidad de lo que es información. Aún tenemos presentes, once años después de su muerte, las palabras del gran Manuel Vázquez Montalbán, quien aseguraba implacable que “si aún queda una cierta capacidad de fijar criterios progresistas en la educación, que se aplique a introducir la enseñanza obligatoria de la descodificación mediática”.

Conciencia, dignidad y memoria. “Memoria de una transición que fue una transacción”, argumenta David Fernàndez; esa memoria histórica que ha sido uno de los aspectos que más se ha reivindicado desde la izquierda. Hay que tener claro el recuerdo del pasado para hacer frente al presente y con ello no hipotecar el futuro. En este caso, Fernàndez define la memoria como un “antídoto contra los abusos”, e insiste en que el periodismo se debe redignificar utilizando esa memoria y el armamento cultural, dada la importancia que cobra la conciencia social en un mundo como el nuestro, a caballo “entre el miedo y la esperanza”.

De manera simultánea a la charla universitaria de David Fernàndez, el rapero Pablo Hasel, controvertido por sus letras reivindicativas y en muchos casos violentas, es condenado por la Audiencia Nacional a dos años de prisión por apología del terrorismo. “¿Donde queda ahora la libertad de expresión?”, se pregunta el diputado al enterarse de la noticia. Mientras tanto, hay alcaldes impunes que mantienen en sus pueblos y ciudades calles dedicadas a significados fascistas —Madrid tiene ciento sesenta y cinco rúas dedicadas a símbolos y personajes del franquismo— sin ser considerado terrorismo; mientras tanto, observamos cómo los tricornios —no existe otra terminología posible para referirse a ellos dice Fernàndez— consienten la muerte –¿no es eso asesinato?–   de quince inmigrantes en Ceuta y no son considerados terroristas; mientras tanto, la misma Audiencia Nacional que condena a Pablo Hasel rechaza la solicitud de extradición del conocido torturador y golpista Jesús Muñecas Aguilar, por considerar que sus delitos están prescritos. Más ejemplos del sistemático terrorismo de Estado que denuncia David Fernàndez a lo largo de su obra. La tortura jamás prescribe.

Pese la dura crítica a la actual coyuntura, tanto periodística como social, David Fernàndez se muestra optimista ante el futuro del periodismo y el papel que debe tener en la sociedad. “Aun podemos encontrar mucho periodismo de calidad”, declaraba en su coloquio en la URV. Además, en Cróniques del 6 i altres detalls de la clavaguera policial asegura que “siempre será necesario que los periodistas manifiesten las grandes desigualdades del mundo”. El periodismo crítico y analítico, a fin de cuentas, debe servir como una herramienta de defensa de la sociedad ante el despotismo y los abusos a los que es sometida, recuperando aquél concepto romántico del periodismo cómo espacio público de debate. Y es que, pese a lo mucho que interesa a las altas cúpulas del poder que nuestro oficio –ejercido con libertad y conciencia crítica– desaparezca, el periodismo, al igual que la poesía ­—emulo los versos de Gabriel Celaya—, “es un arma cargada de futuro.” 



Germán García Martorell

miércoles, 19 de febrero de 2014

Entrevista a Juan López Carrillo

Decía Mario Benedetti que la poesía es el género literario de la sinceridad última e irreversible, y podemos asegurar que las palabras del uruguayo se ven materializadas en la lírica del hombre que hoy nos ocupa, Juan López-Carrillo, poeta nacido en l'Ampolla y afincado en Reus. 

Utilizando la poesía como reflejo de su existencia, López-Carrillo destaca por el humor satírico, siempre ácido y amargo, de unos versos nacidos de la desesperanza. A lo largo de su trayectoria ha cultivado tanto poesía escrita como visual -un género menos tratado, aunque no por ello menos interesante-, y su obra ha sido recomendada en la Universidad de Monterrey de México junto a autores como Lorca o Cervantes. Nos presenta así su dimensión poética, que no puede estar desligada de la sociedad en la que vive y que tiene a la vida cómo principal protagonista.




Fragmento de "Celebración en vigilia de San Juan"

Porque sí,
Porque a veces,
Demasiadas veces,
Como si fuera un poeta romántico
Que está amargado de vivir,
Deseo con la mayor fuerza
De la escasa fuerza que me queda
Tener el valor o la cobardía,
Qué más da,
De descerrajarme un tiro preciso.



“Intento que mi “ser” sea el “yo” de los demás”

 Juan López-Carrillo

-Usted ha trabajado en campos tan diferentes como el de la hostelería, la construcción o la administración, y, al mismo tiempo, ha desarrollado sus cualidades como poeta. Rompe de ésta manera con la idea del poeta de élite.
Sí. Existe la idea del poeta como ser exquisito, que no tiene necesidades materiales, o que vive con las necesidades cubiertas, y, por supuesto, se han dado casos en que los poetas eran seres exquisitos. Pero mi poesía no es así, yo necesito comer para escribir poemas. E intento que mi poesía esté integrada en mi conducta y en la conducta de los demás.  Me hubiera gustado ser profesor, pero no era un buen estudiante. No fui a la Universidad y tuve que buscarme la vida.


"Nacionalismo"

La frontera de mi patria
Es el borde de mi plato



- ¿Se nace, o uno se hace poeta?
Yo creo que el poeta nace. Luego, se hará o no se hará poeta, según las circunstancias de la vida. Posiblemente se han podido perder los mejores poetas de la historia porque no tuvieron la oportunidad de manifestarse.

- ¿Se puede vivir de la poesía?
La poesía es una actitud vital frente a la existencia. La poesía te ayuda a vivir, pero nunca será una fuente de financiación o sustento. De la poesía nadie vive, y ésta es una de sus ventajas, porque al no depender de ella puedes expresarte absolutamente libre.


Fragmento de "Ofrenda"

¿Qué puedes darme tú?
Preguntaste la pasada noche.
Y la respuesta es la siguiente: Entregarte lo que no fui
Sabiendo ya que nada es mío.



- ¿Por qué comenzó a escribir?
Empecé a escribir a los 17-18 años, en ese momento en que uno está pendiente, sobre todo, de las compañías femeninas de los pupitres de al lado y encontré en la poesía un medio para manifestar ese interés.

- ¿Y resultó?
No. Desde aquí digo que no es recomendable, porque fue un absoluto fracaso.

El contexto poético

- ¿Es un momento difícil para la proliferación de la poesía?
Ahora la poesía es muy ecléctica. Hay mil manifestaciones, por suerte, y ninguna domina sobre las otras. Y eso lo trae consigo sobre todo Internet, que es una cosa maravillosa y fatal también. Porque permite que cualquier persona se manifieste; pero también crea un exceso de poetas.

- ¿Sobran poetas?
Que haya muchos poetas es bueno. Pero los poetas somos personas, y al haber muchos no puede haber tantos poetas buenos. Algunos dirán: “está muy bien que haya mucha poesía”. Pero hay que saber discernir entre poesía buena y poesía mala. Y poesía mala cuanta menos mejor.

- ¿Cree que los jóvenes muestran rechazo o indiferencia hacia la poesía hoy en día?
Yo creo que normalmente es una “pose” que adopta la juventud. Una “pose” hacia lo que piensan ellos que es la poesía. Ésto es debido a los factores ambientales; la televisión, por ejemplo, emite todo tipo de contenidos menos programas culturales. Y la poesía exige una actitud atenta y más reflexiva.

-¿La docencia tiene también parte de culpa?
Por supuesto. Hay una pequeña crítica que se le debería hacer a algunos docentes, que no hacen que la poesía sea  algo atractivo. Si el profesor no está a la altura o no se adapta a ese grupo específico, la poesía puede resultar una auténtica pesadez para los alumnos. Aun y así, creo que a muchos jóvenes sí que les gusta la poesía; por ejemplo, los que escuchan rap y dicen que no les gusta la poesía, en el fondo se están contradiciendo.

Su poesía

- Recomendaron su libro junto a Cortázar, Lorca y Cervantes. ¿Qué pensó al recibir tal noticia?
Es algo que no hubiera esperado jamás. No puedo negar que, como de la poesía no vivimos, estos momentos me producen una gran satisfacción.

- ¿Conoce al profesor que le recomendó?
No. Y tiene mucho mérito el hacerlo, porque para un profesor el recomendar a Lorca y a Cervantes es su deber, pero al recomendarme a mí se está jugando la carrera. Yo sólo espero que se me pegue algo estando junto a esos inmortales.

- Analizando su poesía, usted no habla nunca de metafísica en sus poemas...
No. Porque yo creo que el poeta que vive y que está insertado en la sociedad ya no puede hablar de un entorno metafísico. Debe hablar de un entorno duro y cruel como en el que vivimos.

- Pero en ocasiones resulta difícil entender  a los poetas.
Es cierto. El poeta debe expresarse con un lenguaje moderno que todo el mundo entienda. Porque que a los poemas se les entienda no es malo, no hay que hacer "oposiciones" para entender un poema. Ha habido grandes poetas que eran sin lugar a duda oscuros, difíciles de leer, pero también ha habido una poesía que se ha excedido tanto en la oscuridad que al final parecía que fuera una sólo una cuestión de sectas.


"Pestes"

Hace no tanto
que nos perdonen los creacionistas,
los humanos salían de África por todo el mundo.
Hace no tanto
que me perdonen los nacionalistas
no existía bandera alguna ni el contorno de
ninguna nación.
Hace no tanto
que me perdonen los creyentes,
a Dios había que inventarlo y no era necesario
matar por él.
Hace no tanto,
que me perdonen los racistas,
mi culo, tu culo, el culo de todos era un culo del
todo negro.



- ¿Se necesitan, en la sociedad actual y bajo su punto de vista, más poetas concienciados?                                               
El verdadero poeta tiene que manifestarse sobre la realidad social que le está envolviendo. No porque sean estos tiempos. Siempre hay que tener una actitud crítica y absorber lo que te está dando la sociedad. Un poeta no puede estar desligado de la sociedad y si lo hace se notará perfectamente en su lenguaje.

- ¿En qué aspectos?
Por ejemplo, como decíamos, existen poetas “oscuros” a los que no se les entiende nada, y eso lo convierten en una forma de autodenominarse “exquisitos”. Yo creo que no saben expresarse, no saben llegar a la gente y ahí están mostrando sus carencias.

- ¿Cómo es su poesía visual?
La poesía visual normalmente es una asociación entre un objeto y una idea. Y a partir de esa combinación brota en todos un mensaje, que puede ser reflexivo o simplemente un chiste. Mi libro 69:modelo para amar se centra en ese modelo.

- ¿Diría que el humor es la base de su poesía?
Creo que el humor a todos nos permite asumir la tristeza que proporciona la vida. Y mi poesía trata sobre la vida, y por lo tanto, el humor constituye una parte fundamental.

- Comenzando por hacer humor de uno mismo...
Por supuesto. El poeta que no se ríe de sí mismo cuando intenta reírse de los demás no tiene ninguna gracia. Y yo no sé si me he reído incluso demasiado de mí mismo.


"Suma levedad"

Paradojas de mi vida.
Yo que estoy tan gordo
Que me hice plural
Al llegar a cien kilos,
Sufro la triste evidencia
De pasar por tu vida
Como alguien que no ocupa espacio
Vacío, volátil,
Tan sumamente ligero. 



- ¿En 69:modelo para amar busca reivindicar el sexo como poesía?
Yo intento que mi “ser” sea el “yo” de los demás. ¿Y que hay que nos ayude a todos, que nos compagine y que nos hermane? El sexo. Primero, porque es la mejor forma de pasar la tarde. Y segundo, porque es algo tan común y tan esencial como el comer, y que además es donde se plasman con más naturalidad las relaciones y los sentimientos humanos.


- ¿Consiste en explicar la vida a través del sexo?
Con el sexo estas hablando de la sociedad que te rodea, y muchas veces de la soledad. En mi caso el sexo es una excusa para hablar del mundo. Y con el sexo siempre es más divertido.

- ¿Piensa que la poesía  siempre será necesaria?
Siempre habrá poesía, porque está en la esencia del ser humano. Yo creo que la prueba de verdad que se le tendrá que hacer a los futuros androides no son las de Asimov, sino que escriban poesía de verdad.

- ¿Y si lo consiguen?
Entonces podremos decir que son absolutamente humanos. Porque la poesía es lo más consustancial del ser humano, junto al arte y la emoción ante el mundo que nos rodea.


 Germán García Martorell



viernes, 14 de febrero de 2014

La Comala española

Reseña sobre Intemperie de Jesús Carrasco

Jesús Carrasco


Esta novela, editada por Círculo de Lectores en Barcelona, el año 2013 –el mismo año de su primera edición en la editora, también barcelonesa, Seix Barral– es obra de Jesús Carrasco, un joven escritor que nació en Olivenza, pueblo de Badajoz fronterizo con Portugal.

En Jesús Carrasco y su universo literario no podemos entrar con mayor profundidad que la que nos permite el análisis de su primera novela publicada, Intemperie, que ha sido galardonada por el Gremio de Libreros de Madrid como el Libro del Año 2013. En su obra, encontramos un gran interés por dignificar lo rural, porque, como el mismo apunta: “Se nos olvida muchas veces que España es mucho más que Madrid, Barcelona, Bilbao y Valencia. Ves el telediario, donde los reporteros cogen a la gente debajo de la redacción, y parece que España es la calle de O’Donnell de Madrid. Pues no: hay gente que vive de otra manera. Pero desde el desarrollismo de los cincuenta y sesenta, el foco de los medios está en las ciudades y parece que lo demás no existe”. En su primera obra, nos muestra una prosa rica y tradicional para desarrollar algunos de los grandes temas de la literatura universal, por lo que él mismo se define como “escritor antiguo”, no en el sentido formal, sino en el temático, por el interés que le suscitan los temas de peso humano. Temas que tienden a ser milenarios, que vienen de las literaturas más antiguas, que aún hoy nos continúan interesando, y que Carrasco es capaz de entrelazar con una voz a la par clásica y moderna. A pesar de todo ello no puede dejar de sorprendernos que la “ópera prima” de un autor consiga tanto éxito y que, incluso, antes de editarse aquí, su país, hasta trece editores extranjeros se fijen en ella. En este análisis intentaremos vislumbrar si ello se corresponde a una estrategia de marketing editorial o si de veras nos encontramos frente a la novela del año 2013.

Intemperie

En la obra de Jesús Carrasco encontramos una entrañable historia que forma parte de la ya larga tradición de novelas de aprendizaje o iniciación, en las que un joven emprende un viaje que simboliza la transición a la edad adulta. Novelas que van desde el anónimo Lazarillo hasta El guardián entre el centeno de J. D. Salinger.

La novela comienza “in actio” en un mundo cerrado, sin nombres ni fechas, que acabamos situando en la primera mitad del siglo pasado, con las divagaciones de un niño que, con un morral medio vacío de alimentos, emprende un viaje que estará marcado por el hambre, la sed y el instinto de supervivencia, a través de un país castigado por la sequía y gobernado por la violencia. En ese mundo al que nos hace viajar Jesús Carrasco parece no existir ni la autoridad ni la justicia. Es un mundo donde gobierna la «ley del llano», que es la no ley o la supervivencia del más fuerte. 

El discurso de la novela se organiza a través de personajes arquetipos de los cuales destacan el niño como protagonista, el cabrero o el alguacil como antagonista. En este último, encontramos a  un malvado prototípico, de los que abundan en los cuentos infantiles, que intentará atrapar al protagonista por todos los medios; en él se hiperboliza la crueldad y la injusticia. Con esta idea el autor construye un relato duro, salpicado de momentos de gran lirismo, sobre todo gracias a la precisión de las palabras en las que se refleja su relación con la naturaleza; una naturaleza que siempre acompaña a los personajes, en ocasiones sirviendo de apoyo y otras veces ofreciendo su cara más desoladora. Este entorno infinito se convierte en un laberinto existencial y nos dejará a lo largo de la novela una sensación de vacío y de intensa sequedad. Intemperie nos relata así un viaje que es una verdadera calamidad e incluso el muchacho alcanza a pensar que «el infierno que le esperaba al final de sus días no debía ser muy diferente del sufrimiento en que vivía».

La capacidad lírica y el sorprendente vocabulario de Jesús Carrasco han hecho que se le compare con el Miguel Delibes en Los santos inocentes (1981), sin embargo, a mi parecer, el llano desolador que nos plantea el autor está mucho más próximo a Juan Rulfo. El ambiente caldeado sin ningún lugar donde guarecerse nos transporta a El llano en llamas, de Rulfo, y la imagen del pueblo fantasmal nos transporta a una nueva Comala de Pedro Páramo (1955), que, del mismo modo que la primera, parece existir en mitad de la nada. Del igual manera que nos remite a Rulfo, nos evoca la atmósfera de los grandes westerns cinematográficos –especialmente John Ford–, con sus historias de violencia y redención en las que hombre y paisaje se funden en una misma realidad. Esta honda percepción del paisaje, además, se efectúa con tal precisión léxica y con tal detallismo que tendremos la sensación de estar redescubriendo nuestro propio lenguaje, donde cada objeto del mundo se refiere con su palabra exacta.

Jesús Carrasco nos ofrece con Intemperie una novela muy entretenida y fácil de leer, a pesar de la dureza de la historia. Si bien es cierto que en ocasiones las extensas y minuciosas descripciones se nos pueden hacer pesadas, ello se compensa con la tensión narrativa que se mantiene durante toda la trama y por la riqueza y precisión de un lenguaje que nos transporta al universo rural del autor.

A pesar de que los personajes se construyan arquetípicamente –o tal vez por ello–, consigue hacernos cómplices de los protagonistas –el viejo cabrero, rudo y silencioso, acaba convirtiéndose en un ser entrañable– y que empaticemos con el niño prácticamente desde el primer momento, gracias a la introspección en las emociones y sentimientos de su personaje. No obstante, a muchos ha extrañado el hecho de que un escritor consiga el Premio a Libro del Año 2013 en su primera novela publicada y no son pocos lo que tachan de "amañados" este tipo de concursos alegando que la industria editorial española está buscando un nuevo "ídolo" de masas capaz de vender grandes cantidades libros.

En definitiva, bajo mi punto de vista, sea o no una estrategia de marketing editorial, encontramos una buena novela que inicia la carrera de un autor que, esperamos, tiene aún mucho talento por demostrar.

Germán García Martorell



martes, 4 de febrero de 2014

Hoy, nada nuevo

El bus suele llegar tarde. Me puedo permitir por ello el placer de salir de casa a las 17:20 horas, cuando el autobús debería haber pasado diez minutos antes. Aun y así, el autocar de Plana, como ya es costumbre, tardó cinco minutos más en llegar. Nada nuevo.

Llegó el bus a Tarragona y me bajé en la estación de autobuses. Me dirigí, sin prisa alguna, a El Corte Inglés. Justo antes de entrar en los grandes almacenes, una figura humana provocó mi curiosidad. En una esquina del Carrer del Marqués Guad-El-Jelú, algo alejado de la puerta del centro comercial y fuera del campo de visión de los guardias de seguridad, un hombre se hallaba sentado en el suelo y apoyado en la pared del edificio. Nada nuevo. Al menos a simple vista. No sabría decir por qué, pero no me inspiró compasión alguna. Era un hombre de tez morena y ojos tiznados, que daba sorbos sonoros a un brick de vino, un vino de color rojo intenso, bermejo, que resbalaba por la comisura de sus labios. Parecía un hombre seguro de sí mismo, con un brillo de dignidad en la mirada, aunque con aspecto desaliñado, sucio y cansado. Pasé al interior del edificio, sin ofrecerle la limosna que demandaba, porque no llevaba dinero encima, aunque dudo que si hubiera llevado mi actitud hubiese sido diferente. Me hubiera gustado hablar con él, pero no lo hice. ¿Qué podía decirle yo?

Entré en El Corte Inglés, caminé por las diferentes secciones, a la búsqueda – no del tiempo perdido, si acaso perdiendo el tiempo– de algo que captara mi atención. En vano subí por la sección de cosméticos, crucé la tienda Desigual, sin olvidar el sector de “Ocio y Cultura”, y me detuve en el pequeño rincón dedicado a la literatura, donde prácticamente no había nadie. Nada nuevo, sin duda, en nuestro país. 

Pensando en cómo afrontaría la crónica que ahora escribo, me dirigí a la sección de moda de mujer y después a la de hombre; pronto volví sobre mis pasos, desilusionado por la poca afluencia de gente. Nada podía escribir sobre aquella realidad que contemplaba. Nada sucedía, nada interesante. Aquel mundo no me atraía ni me inspiraba. Cuando pensaba en sobre qué o quién escribir, cuando intentaba vislumbrar algún gesto novedoso, aparecía en mi mente la imagen de aquel hombre de la calle, el vagabundo que bebía vino y ocultaba tras sus ojos negros un poso de dignidad. Decidido a entablar conversación con él y, en el fondo, con la esperanza de hallar por fin un motivo para mi crónica, me dirigí a la puerta de salida. Pero el hombre ya no estaba allí, había desaparecido, tal vez –lo más probable– ahuyentado por los guardias del mismo centro comercial. De esta manera perdí, seguramente, una maravillosa historia que hubiera dado voz a quienes no tienen voz, porque nadie se interesa por ellos. Una vez más, nos vence el silencio. Sin duda, nada nuevo.






Germán García Martorell