Titiriteros que desvelan el esperpento de España
Encuentro necesario, aunque mi interpretación de este suceso no tenga repercusión alguna, pronunciarme sobre los acontecimientos que se han producido en referencia a los dos titiriteros que realizaban su actuación en el Carnaval de Madrid. Los dos actores que representaban la obra La bruja y don Cristóbal han sido detenidos por este espectáculo y se encuentran bajo prisión sin fianza con la posibilidad de enfrentarse a una pena de cuatro años y medio de cárcel. El juez de la Audiencia Nacional Ismael Moreno es quién ha acordado la imputación por un delito de enaltecimiento del terrorismo y exaltación de la violencia; delitos que atentan contra derechos fundamentales y libertades públicas garantizadas por la constitución. Aquellos que estén interesados en encontrar más información ─no es mi objetivo aquí mostrar todo lo sucedido─ la encontrarán en cualquier medio de comunicación por el extenso y asombroso linchamiento que se está produciendo sobre estos dos titiriteros.
Es muy posible que la obra que representó la banda “Títeres desde abajo” no fuera la más adecuada para ser expuesta ante un grupo de niños, pero una cuestión es discutir sobre un error de programación en cuanto a las actividades culturales y otra sobre una supuesta apología del terrorismo. El encarcelar a dos titiriteros por una obra representada implica la total incomprensión de las mecánicas teatrales que se utilizan en este tipo de funciones. Los títeres ─podemos hablar también del clásico “Punch y Judy” británico dónde el protagonista aporrea constantemente a miembros de los cuerpos de seguridad─ en ningún caso tienen por objetivo moralizar a la sociedad, y menos aún hacer gala de un comportamiento ejemplar, sino más bien todo lo contrario, este teatro analiza el momento socio-político y lo explica de manera burlesca y satírica, ofreciendo una mirada crítica sobre el contexto en el que se centra la obra. Incluso en la época griega clásica se comprendía el papel que jugaba la Antigua Comedia en señalar con nombres propios ─y en ocasiones graves insultos─ las actitudes perniciosas para la sociedad de todos los personajes públicos. En la escena de títeres se representaba, además, algo que desgraciadamente hemos visto en reiteradas ocasiones en nuestra sociedad. La razón de ser del cartel donde aparece la frase “Gora Alka-Eta” ─alusión satírica uniendo los términos de Al-Qaeda y ETA; y razón principal de la acusación─ responde a la voluntad del personaje del policía de vincular a un manifestante con el terrorismo; mediante este gesto la banda critica el abuso de poder que supone el intento de deslegitimar los movimientos sociales vinculándolos con organizaciones terroristas, algo que ya David Fernández desarrolla en sus artículos recogidos en Cròniques del 6 y altres retalls de la clavaguera policial.
Se nos vuelve a plantear ─parecía ya superado─ el problema de la autonomía del arte ante el poder. No es necesario escudriñar demasiado nuestra memoria para recordar una fecha emblemática, 1857, cuando se juzga y absuelve a Flaubert por escribir Madame Bobary, primera toma de consciencia por parte de la sociedad de que las leyes artísticas no se rigen por las mismas lógicas que las morales y éticas. Volveremos a ver, sin embargo, como pocos años más tarde Baudelaire verá censurados 6 poemas de su poemario Las flores del mal. Siguiendo los argumentos esgrimidos por la acusación ─apología del terrorismo e incitación al odio─ censuraríamos en pleno siglo XXI a Miguel Hernández por sus descarnados versos, a Quevedo con sus poemas mordaces y ácidos, y, sin duda alguna, a toda la tradición burlesca y satírica propia del teatro cercano a la farsa; como son los títeres. El caso que estamos viviendo nos muestra el total desconocimiento que existe en nuestro país de la lógica en la que se mueve el teatro. Una de las primeras enseñanzas que reciben los alumnos de primaria es que jamás un lector debe identificar el narrador de un texto o los personajes de una representación con la perspectiva del autor del texto u obra en cuestión. Sin ir más lejos, bajo el prisma que están demostrando ciertas autoridades, encarcelaríamos a Valle-Inclán y veríamos intolerable cuando en Luces de Bohemia Max Estrella afirma que “no es suficiente la degollación de todos los ricos. Siempre aparecerá un heredero, y aun cuando se suprima la herencia, no podrá evitarse que los despojados conspiren para recobrarla. Hay que hacer imposible el orden anterior, y eso sólo se consigue destruyendo la riqueza”. Sin embargo, éste no es únicamente un problema de falta de comprensión de las mecánicas interiores del arte y la tradición teatral, estamos ante un problema de sociedad. Una sociedad en que un actor como Juan Diego Botto, por comenzar su actuación en la gala de los Goya con la frase “buenas noches titiriteros”, está recibiendo insultos y amenazas de muerte por Twitter, no es una sociedad democrática de base. Esperemos que la justicia actúe con estas amenazas con la misma celeridad con la que ha encarcelado, sin fianza alguna, a los dos titiriteros.
En el 2004 España sufrió un ataque terrorista que acabó con 192 muertos por ser parte del contingente militar en Irak; cuestión que acabó sin responsabilidades políticas. En 2006 volvió a ocurrir una nueva desgracia en el metro de Valencia que terminó con la vida de 43 personas, aunque sin responsabilidades políticas. De nuevo, en el 2012, 5 chicas murieron por culpa de la mala organización de la fiesta del Madrid Arena; tragedia que no tuvo ninguna repercusión en el gobierno de Esperanza Aguirre. No obstante, el Partido Popular –y, recordemos, la Audiencia Nacional, para muchos una entidad que aún guarda reminiscencias directas del franquismo- no ha tardado en reclamar responsabilidades políticas y el cese de la concejala encargada en última instancia de lo sucedido. Los dos titiriteros han pagado por una lucha que no es la suya; las elecciones pasadas pesan mucho y se está intentando atacar ininterrumpidamente y de forma deleznable a un ayuntamiento que está cumpliendo los plazos del pago de la deuda ─hasta el momento─ y aumentando a su vez el gasto social, algo que los medios están silenciando. Unos medios ─e incluso algunos partidos políticos─ que han alcanzado a publicar artículos en los que se argumenta que círculos como la PAH ─Plataforma de Afectados por la Hipoteca─, el partido Podemos o el actor Alberto San Juán ─apareció en titulares del ABC como “el actor borroka”─ están vinculados a organizaciones terroristas; algo que también podría considerarse como incitación al odio, y nadie ha asumido la responsabilidad de esas acusaciones.
Ya son muchos los perseguidos por los tribunales por decir aquello que algunos no quieren escuchar. Sin ir más lejos, recuerdo el caso del rapero Pablo Hasel, controvertido por sus letras reivindicativas y en muchos casos violentas, que fue condenado a dos años de prisión en 2014; o el caso de otro cantante, César Strawberry ─Def Con Dos─ que a día de hoy todavía no conoce cuál será su futuro. Mientras tanto, vemos como colectivos derechistas amenazan de muerte impunemente a un periodista como Jordi Borràs, e incluso a toda la sociedad catalana, por la exclusiva razón de vislumbrar la posibilidad de una Catalunya independiente. Pese a todas estas calamidades, el acontecimiento tampoco debe sorprendernos. El arte ha librado a lo largo de los siglos una dura batalla contra las preceptivas estilísticas y la opresión sistemática ejercida por el poder político. El arte ha servido tradicionalmente, y el teatro tiene en este aspecto una posición privilegiada, como una herramienta de crítica, un artificio capaz de exponernos incluso ante aquello que no queremos ver ni oír. No deja de ser sorprendente que este país se permita el lujo de actuar con tanta diligencia y con la férrea mano de la ley contra un grupo de titiriteros y, por otro lado, que la misma mano legisladora tan solo acaricie ─levemente, y tras largos meses de retraso─ a la gran cantidad de individuos que están siendo salpicados por las corruptelas y artimañas que se han llevado a cabo a lo largo de nuestra gloriosa democracia. “Aunque apenas sí nos dejen decir que somos quién somos”, y aunque a muchos incomode, el arte continuará teniendo esta vertiente ─entre muchas otras─ necesaria de denuncia y liberación.